Un sabio caminaba por las calles de su pueblo en Medio
Oriente. Mil años los estudiosos habían aprendido las leyes que regían su
cultura debajo de la higuera. Tanto que la higuera era identificada con la ley.
El sabio vio que toda esa construcción jurídica no servía para sanar el corazón
humano de todas las tragedias que nacen desde adentro de los hombres y mujeres.
Se acercó a la higuera llena de hojas con hambre de justicia. Las muchas
construcciones jurídicas no habían sacada al hombre ni a la mujer de sus
maldades. Y sentenció “Que nadie más coma de tus frutos”… y siguió enseñando
que si la ley, la higuera, no nace del corazón humano, no sirve para nada.
Los pueblos primitivos necesitaban dioses porque no
pensaban, dice la soberbia moderna. La razón lo puede todo. Sin embargo el ser
humano necesitó estar siempre sujeto a leyes, inventar un código, un cuerpo
jurídico (dios) que esté por encima de su ética personal para lograr un
consenso colectivo y poder convivir más o menos en paz. Igualar al débil con el
fuerte. Todos somos iguales ante la ley, dice la razón humana. Todos somos
iguales ante Dios, dice la religión. Nunca se logró tal equidad. Ni con Dios,
ni con la ética humana nacida de la razón. La ética humana nacida del
pensamiento, parecería, que necesita límites. De no haberlos, siempre el más
fuerte abusará del más débil.
Todo razonamiento debe tener un marco de referencia. Un
mojón imaginario que delimite lo malo de lo bueno para la construcción de una
sociedad a la que apuntamos llegar. Porque tanto lo bueno como lo malo no
existen desde la abstracción de la pura razón. Los poderosos mueven ese mojón a
su antojo. Los trabajadores y las trabajadoras debemos tener un marco ético
mucho más estable y duradero porque somos multitud, somos masa, somos pueblo.
No podemos priorizar deseos personales o sectoriales por sobre el bienestar de
la totalidad. Porque el interés debe ser el interés del bienestar general del
pueblo.
Entonces cuando planteamos ese marco jurídico solamente
desde la ética personal nacida del pensamiento o desde colectivos que no
contemplen la totalidad del pueblo, lo que hacemos es debilitar el consenso y
se desvirtúa la necesaria objetividad supuesta, consensuada. Se debilita la fe
en la condición humana como buena. Porque todo es sometido a la arbitrariedad
de la subjetividad individual. ¿Es malo el tiburón que se come un ser humano?
Cada individuo podrá interpretar para sí mismo qué está bien y qué mal. De allí
que una mujer plantó el mojón parada desde los paradigmas de los más pobres.
Dijo e hizo: “Soy peronista, entonces, por conciencia nacional, por procedencia popular, por convicción personal y por apasionada solidaridad y gratitud a mi pueblo”. Desde
ese marco, el gobierno al que ella adhería, lanzó esta máxima: “Los únicos
privilegiados son los niños”. Si decimos que esa mujer es Evita, no necesitamos
decir “niñe” para incluir a las niñas. Sabemos que se trata de la niñ”E”z. Se
adelantó semánticamente, sin masacrar el lenguaje. En este siglo XXI la niñez,
la adolescencia, la juventud, la adultez que la ‘yuga’ casi todo el día o la
noche, maneja pocas palabras pero tratamos de inventar un lenguaje de élite
incomprensible que confunde más.
Hablamos de la niñez y ni al más ocurrente creador
cinematográfico se imaginaría que el narcisismo hedonista del tercer milenio
llevaría a muchos y muchas que están en un grado más avanzado en el proceso
evolutivo personal que lo llevara de embrión a bípedo hablante, a suponer que
ellos, ellas han sido concebidos, concebidas, en el clímax del deseo de que
nacieran. Para decirlo más fácil. Suponen haber nacido del deseo maternal y
paternal de sus progenitoras. Y que las condiciones materiales y afectivas (cuando
nacieron) eran las ideales para sus ascendientes. Ahí viene la ruptura de
paradigma respecto de la mujer revolucionaria que privilegia la niñez y no solo
el deseo caprichoso de la niña. Ahora el único privilegiado es mi cuerpo y mi
deseo personal.
Claro que puedo extenderme y plantear las cuestiones citando
autores reconocidos. Pero solo quiero poner a consideración mi reflexión hecha
desde mi experiencia con y desde los pobres de quienes soy uno más.
¿Tiene derecho la mujer pobre a implantarse un puñado de
células para favorecer su estética como lo hacen muchas mujeres de la burguesía,
de la oligarquía? Es claro que sí. Es claro que no. Depende de las prioridades.
¿Es urgente legalizar eso para que las mujeres sin recurso, no se inyecten
productos caseros para ensanchar sus labios o agrandar sus pechos o sus nalgas
y no mueran en el intento?
¿Son dueñas de sus cuerpos las mujeres cuando se someten por
sexo pago o por salarios a horarios que determina otro deseo que paga un poderoso?
En este marco de razonamiento entiendo el odio humano y la
pérdida de referencia respecto del para qué de las cosas. Allí, en esta bisagra
histórica, las corporaciones se constituyen en el nuevo - viejo dios porque son
los más poderosos del planeta. Son el nuevo – viejo Rey Midas que transforma
todo lo que tocan en negocio, en compra y venta, en mercado, en espejitos de
colores que hoy son los ‘iphones’, en imagen y en ocio, en esclavitud y en
negocio.
La ley de la razón, entonces, es la muerte de dios, y el
fracaso de la ética humana nacida de las entrañas, de lo entrañable del ser, que
prioriza la caricia a los misiles. El estudio para dominar la técnica y ponerla
al servicio de la condición humana a estadísticas sin sentimientos y sin
contextos para enajenar al ser humano y meterlo en su burbuja de individualismo.
Estamos a un paso de que la ley que nace de la razón humana
y que confía solo en la ética del pensamiento abstracto por sobre la imposición
de dogmas religiosos, tampoco sirva para garantizar la vida del colectivo
humano.
Cuando se apruebe la ley de interrupción del embarazo, las
corporaciones habrán matado del todo al dios de la razón humana. El cuerpo
jurídico ya no obtendrá derechos para el más débil en la cadena evolutiva y
quedará al arbitrio del deseo personal de quienes se pretenda sean cuerpos
gestantes y determine a los varones, donadores pasivos de gametos.
Y ellos, las corporaciones, serán los dioses, la legión de dioses,
individuales e individualistas, que decidirán si es conveniente o no las
paritarias, ya no el voto femenino, sino el voto. El voto será calificado (por
las corporaciones). Si son convenientes o no, primero los feriados, después los
francos, luego irán por las vacaciones, después por la jornada de ocho horas (eso
ya lo lograron, falta legalizarlo). Y así sucesivamente.
LA LEY SERÁ EL FRACASO DE LA ÉTICA NATURAL HUMANA NACIDA DEL
PENSAMIENTO.
Juanchi Galeano♪15 de
agosto de 2018
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