No se puede olvidar la Tierra-Madre,
la cuna, la querencia, la emoción
de saber que si existen las fronteras
existe el compromiso de ser yo...
la cuna, la querencia, la emoción
de saber que si existen las fronteras
existe el compromiso de ser yo...
Julian Zini
Los límites, mal llamados políticos (la política
es diálogo y consenso para la protección de la vida, además de inclusión y normas
que igualan), muchas veces generan un chovinismo pueril pero peligrosísimo.
Los mensuradores del genocidio y los pragmáticos del
expansionismo territorial privado, son los hacedores de mapas divididos en
porciones por fronteras.
Es responsabilidad nuestra, la de los hombres y mujeres de
buena voluntad, borrar las divisiones; y dado el hecho de que ya existen, desde
esa identidad o pertenencia que enterraron otras, escarbar las raíces y
tensionar hacia la unidad y la vida pre-existentes antes de los exterminios.
En ese carpir la historia, luego de sacarnos el nailon de
ruidos noticiosos que nos rodea y aturde los sentidos y las percepciones,
vamos a descubrirnos en la superficie de las profundidades existenciales y
vamos a ser en la medida en que nos adentremos en el nosotros que contienen los
átomos de la tierra.
Sin diluirnos, con palabra propia, sumaremos armonía al
todo, expulsivo de violencias retrasadoras, al universo que es uno y diverso en
el silencio convocante.
Solo desde allí cobran sentido los Estados Nacionales en
este tercer milenio en donde las fábulas pseudocientíficas impuestas con pólvora
y credos prefabricados de odio son verdades jóvenes de tiempo en el tiempo
geológico del agua eterna (si la terminamos en este lapso de globalización de
la mentira y la violencia, estará brotando manantial en algún lugar del
Universo donde se la beba sin contaminarla).
Desde esa agua océano, río, mate compartido, hay que abrazar
y abrasar de amor los vínculos y rearmarlos. Re-amarlos…
Impulsar la armonía y el silencio (cuando no se tiene nada para aportar que construya) es la tarea urgente en este nuevo milenio si queremos que siga viva
la esperanza.
Juanchi Galeano, 5 de febrero de 2015
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