Anoche caminaba a orillas de una de las ramificaciones del
Paraná que besa la orilla de la costanera norte de mi ciudad, San Nicolás de
los Arroyos.
Más allá de dónde alumbraban los faroles artificiales, una formita
blanca llamó mi atención en la oscuridad. Me acerqué despacito y allí estaba
esa flor hermosa. Extendía sus bracitos de pétalos abiertos. Pero ¿a quién? ¿para
qué? Mi pragmatismo aprendido no me permitió el asombro a primera vista.
Reaccioné y exclamé para mis adentros.-¡Qué belleza!
Esa flor de alguna de las tantas especies de camalotes estaba
allí, siendo. No intentaba impresionar a nadie. No se puso bella para un casting
en el bailando o el gran hermano 2015. La envolvían la oscuridad y el silencio.
¿Cuántos milenios hará que sus hermanas hacen lo mismo y casi nadie lo nota?
Le tomé unas fotos pero no pude traerme la belleza viva.
¿No será que los humanos tendremos que aprender de las
flores? ¿Ser y estar para nosotros mismos y brillar y extender nuestros brazos
acariciantes solo para el que nos ve? ¿mostrar nuestro adentro solo al o a la
que nos respeta? ¿hacer nuestro aporte único allí en donde estamos?
Demasiada exposición a la luz artificial mata el alma. Casi
que nos obliga a parecer y padecer para los demás (no por los demás, que es
otra cosa) en una competencia como si en el infinito universo no hubiera lugar
para todos y todas.
Guardé la máquina, la miré otro rato, tomé unos mates
mirándola y volví a mí.
Juanchi Galeano♪
28 de marzo
de 2015
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