San Nicolás tiene, aproximadamente, ciento cincuenta mil habitantes. La plaza automotora pareciera superar ampliamente esa cifra, los cual supone que, estadísticamente, hay más automóviles que personas circulando por sus angostas calles. Las motos son un capítulo aparte.
Las calles de su casco céntrico son estrechas, herencia de
haber sido una pequeña localidad agrícola, de viñedos y frutales.
Lo que se agregó luego, con el advenimiento de la industria siderometalúrgica
nacional, en los años ’50, como barrios periféricos, conserva su arquitectura
comprimida por el negocio inmobiliario al que se volcaron los antiguos dueños
de las tierras.
No hay otra planificación urbana en su entramado que la del
aprovechamiento monetario urgente.
Que el automóvil esté asociado a lo fálico, a lo argumentalmente masculino, cuando no se tiene recursos genuinos, no se le escapa a ningún observador de los fenómenos culturales de la civilización global vigente.
Y es ahí donde reside el grave problema de la manipulación
de los deseos colectivos.
Alguien, algo, nos hace creer que nos falta algo y el pánico de andar desnudos y naturales con ese faltante, hace que busquemos suplantar lo castrado con algo protésico. La masculinidad del siglo XXI se llama automóvil. Cuanto más potencia y velocidad tenga, más virilidad posee el propietario del vehículo, aunque la velocidad máxima permitida en autopistas sea de 120 Km por hora…
La carrera hacia el cero kilómetro ya no es una cuestión de
necesidades y derechos; es una cuestión de sostener, simbólicamente, la
masculinidad. Y del cero kilómetro al alta gama hay erecciones de horas extras
hasta el vaciamiento vocacional y de sentido existencial que no hay ruido (ni
vicio) que lo cubra. Todo esto, aumentado por la bienvenida aproximación en la
igualdad de derechos y de fertilidades de la neo mujer auto-fálica, auto-satisfecha
respecto de los mismos deseos exógenos implantados por los medios y los miedos
invasivos de incomunicación.
Cuántas muertes de mujeres en manos de hombres impotentes de
someter a su arbitrio la voluntad femenina se producen por este escenario
virtual, sembrado transgénicamente en el hipotálamo de nuestros deseos. Y de
hombres en manos de mujeres o de otros hombres. Sin contar los episodios de
tránsito, absolutamente irresponsables, que se llevan vidas y la ley llama
homicidios culposos.
Si no se estuviera tan pendiente de lo que la imaginación supone pendiente, nos daríamos cuenta de que el complejo de castración social se lleva, infinitamente, más vidas que los hechos que llamamos de inseguridad por robo.
Creo que nos debemos no solo bajar unos cambios. Nos debemos
un bajar de los autos y volver a mirarlos como un componente de servicio al que
nosotros dotamos de intereses y valores.
Bajar de lo simbólicamente fálico para buscar la potencia
viril en otro lugar de los deseos. Bajarnos de la competencia de a ver quién lo
tiene más grande y dejar de acariciar onanísticamente las chapas para dejarnos
acariciar por la lluvia y los abrazos, por el sol y los besos.
Ahí, en el silencio profundo, en la soledad del ser
absoluto, se ve la masculinidad esencial y, desde luego, también, la feminidad,
la hermosamente complementaria pero eliminada por el machismo patriarcal que
todo lo reduce a fuerza bruta y a competencia salvaje.
De no parar, la falsa urgencia del escaso falso tiempo, hará
que pasemos por la vida sin darnos una sola satisfacción verdadera. La
inalcanzable zanahoria de relojes nos comerá el breve tiempo de conejos estériles,
roedores de delirios.
El mate me sabe a silencio…
Juanchi Galeano, 28 de diciembre de 2014
muy buena tu pagina tu compañero. La verdad da gusto leerte! te dejo un abrazo desde formosa. Te dejo mi blog es de viajes www.miradasdesdeelnorte.blogspot.com.ar y en facebook: Miradas desde el Norte.
ResponderEliminarbuenas vibras para este 2015.cariños. emilia